El poder de las cosquillas.



“Cuando estés triste, hacete cosquillas.” 

Una historia de una historia que me contaba mi Tata cuando no encontraba mi sonrisa. 

El poder de las cosquillas.



Mil veces dejé que me ganara el miedo y la soledad. Me fui con lo poco que tenía y dejé mi sonrisa, la perdí. 

La busqué en todos lados; abajo de la cama, en los bolsillos de las camperas y en el cajón de las medias. Ya no recordaba cuando había sido la última vez que la vi y había perdido toda esperanza de poderla ver otra vez. Tenía un calambre en el alma, no podía más. 

Y fue ahí, cuando me derrumbé, que recordé lo que me había dicho mi abuelo cuando tenía 8 años. Entonces empecé. Me arranqué las cosquillas de todo el cuerpo: de las orejas, el cuello, las axilas, el pecho, las piernas y de las plantas de mis pies. ¡Y la encontré! Estaba ahí de nuevo, nunca tan grande. 

—Vos acordate siempre de que todo está acá —me decía el Tata mientras se señalaba la cabeza. 

—En dónde abuelo? en los pelos? —le pregunté. 

—No —respondió mientras se reía de mi inocencia. 

—En nuestra mente, ¿sabes por qué? Porque es imposible hacernos cosquillas a nosotros mismos y que ellas nos den gracia, pero cuando estés triste, hacete cosquillas y vas a ver cómo tu sonrisa vuelve a aparecer.

Me costó comprender la capacidad que tienen “nuestros pelos”, diría mi yo de ocho años. No eran las cosquillas, nunca lo fueron. Puedo apostar que él sabía que no iba a ser su historia, sino el recuerdo que me iba a quedar de él contándomela. 

Ese día, cuando la volví a encontrar, sonreí y pensé: «vaya el poder de las cosquillas».

Por Agustina Lacava para Ah re!
Editado por Andrés Apikian

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